Día 130, jueves
Uno de los pajaritos amarillos que solía jugar con su pareja en mi jardín se ha vuelto heroinómano. Es una pena, porque ya no juega con su pareja ni lo veo recorriendo todo mi barrio haciendo ¡pío! ¡pío! de manera divertida. Ahora con las justas lo veo colgado, literalmente colgado, mirando con melancolía la punta de sus plumas amarrillas mientras la primavera se abre paso al verano. A veces quiero abordarlo y preguntarle por qué se ha vuelto heroinómano, si fueron acaso las constantes peleas que escuchaba desde su nido o si simplemente le atrajo la adicción a la heroína y su capacidad de detener el tiempo. Lo cierto es que extraño verlo volar y es triste saber que ahora es un pajarito yonqui. Aunque sé que de todas formas los seres vivos solemos depender de las cosas y en ése sentido depender de lo heroína es casi lo mismo que depender del agua o del aire que respiramos. El pajarito heroinómano, por ejemplo, se cansó de estar atado al firmamento.
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